Lo que existe en cada lugar transmite enseñanzas; es imposible sobrevivir sin observarlas.
Los humanos hemos suplantado el instinto por la inteligencia, de modo que necesitamos aprender para sobrevivir, ya que no funcionamos automáticamente, por instinto.
Los pueblos antiguos tenían sabios y ancianos dedicados a la observación y registro de los fenómenos, y también al intercambio de información con otros sabios. La jerarquía del sabio era muy elevada, era un honor escucharlos y seguir sus consejos. Así es como en este continente aprendieron a tener en cuenta los ciclos de la naturaleza propios de cada lugar.
La enseñanza globalizada y generalizada no sirve más que para debilitar la conciencia regional. La gente de cada región ha de ser especialista y perito en su región. Su territorio ha de ser considerado como “el centro” del mundo. Esta manera de considerar el territorio impide su intrusión y destrucción. En respuesta a estas necesidades de identificación regional, cada pueblo tiene su idioma, sus hábitos, usos y costumbres, su historia o mitología y sus nombres propios para los “Dioses”.
Se pintan distinto, se peinan distinto; la heterogeneidad tiene que ver con la legalidad; cada pueblo es guardián de un lugar distinto, y los demás observan ese derecho, adquirido por la larga permanencia y el conocimiento exhaustivo.
Cada pueblo se identifica con un paisaje, con sus árboles y con sus animales.
Se pintan distinto, se peinan distinto; la heterogeneidad tiene que ver con la legalidad; cada pueblo es guardián de un lugar distinto, y los demás observan ese derecho, adquirido por la larga permanencia y el conocimiento exhaustivo.
Cada pueblo se identifica con un paisaje, con sus árboles y con sus animales.
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